En una carta que enviaste el
año pasado decías “quiero un silencio tan perfecto que se escuchen
mis latidos taquicárdicos, quiero una soledad tan completa que se
vean mis caricias ausentes como trazos invisibles”. No tenía
destinatario. Tú eres un platónico, ¿no es así? Crees que podrás encontrar en un ser la forma de tu sueño. Tu idea de perfección es,
sin embargo, extraña. No pareces querer algo para ti. Quieres
doblegarte ante una mano, o una boca. Que no te escuchen cuando
hables de cosas aburridas. Que se opongan. Que te discutan. Que te
odien cinco minutos antes de un beso. La delicia de unos ojos que te
penetran con sagacidad, de las palabras que se adelantan a las tuyas.
Ensayaste mil veces cómo
besar con una dulce y desesperanzada ternura ese cuello de estatua
griega, marmóreo, que hace mucho no ves. El reverso de todas tus
fantasías es un vacío tan profundo...: el dolor de lo que te hace falta. ¿Cómo acercarse a lo
sublime? Ella no cree en esta línea. Tú sí crees. En lo más
encumbrado de tus sueños ella apenas roza la posibilidad. Jamás te
habías sentido tan pequeño. Crees que en un millón de mundos
alternos debe haber alguno donde seas feliz con ella, y ese dolor te
parece insoportable.
j/e
j/e
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