18 de octubre de 2014

Waking life, de Richard Linklater




En general se trata de un tema antiquísimo: del sujeto que despierta ante la realidad y toma una posición ante ella. ¿Cuándo el hombre dejó de ser natura y se escindió de ella? Imagínense como un ser en transición entre un organismo del género Homo, predecesor del hombre moderno, que de pronto se descubre a sí mismo, toma conciencia de sí, se convierte en un narrador omnipresente de sí mismo.

Linklater usará como metáfora o como guía el sueño lúcido del protagonista para ir al núcleo de la cuestión. Y un montón de filosofía, occidental y oriental.
En la película en realidad no pasa nada, o casi nada. No hay clímax, ni cronología. El protagonista es intemporal y solo hay una sucesión de eventos que sólo pueden ser conectados a través de la memoria. Sólo una constante sensación de extrañeza, esa que sentimos cuando en un sueño de pronto estamos situados en su argumento sin saber cómo llegamos ahí. Esa misma que quizá sintió Gregorio Samsa cuando despertó siendo un enorme insecto.

En uno de los cambios un profesor contrapone el posmodernismo con el existencialismo. Libertad de ser versus confluencia de fuerzas sociales e históricas que determinan a un sujeto. Hay, quizá, una ligera alusión al budismo (de hecho las hay durante toda la película) que considera la existencia como un sufrimiento, pero si es una consecuencia también es una decisión. No hay pretextos.

Después se trata el post-humanismo. Empieza dando un brevísimo recorrido de la evolución: dos (o tres) mil millones de años de vida, seis millones de años de los homínidos, decenas de miles de años del hombre como lo conocemos. Después salta a la evolución sociocultural: diez mil años de agricultura, cuatrocientos años de revolución científica, ciento cincuenta años de revolución industrial. En este punto toca un tema entre la ciencia ficción y los alcances de la tecnología moderna: algo llamado singularidad (tecnológica), un punto de inflexión en el desarrollo a partir del cuál podrían pasar una o dos cosas: cambios análogos (intervención para modificar nuestros genes) y/o cambios digitales (inteligencia artificial o unión máquina-hombre). Según Eamonn Healy (el científico que lo explica), esto llevaría a la creación de un neo-humano, un punto en el cuál se diferenciaría claramente dos culturas debido a este gran salto evolutivo no natural, otra escisión más del hombre de sus contemporáneos.

Después viene un tema político desarrollado por un periodista con el protagonista (?). "Los poderes hegemónicos quieren que seamos observadores pasivos, nos han dado otras opciones, fuera de lo ocasional, el puramente simbólico y participatorio acto de votar: quieres el títere de la derecha o el de la izquierda". Después de lo cuál, se inmola. Aquí vuelve a surgir la confrontación entre existencialismo y el posmodernismo. El hombre construido por los medios y la confluencia de fuerzas incontrolables y el hombre que toma una decisión, por futil que sea, que nadie más puede tomar por él.

Sirva esto de señuelo. Es una película de múltiples lecturas.