31 de enero de 2014

El presente es la instantánea del tiempo que se está muriendo. ¿Cuánto dura? ¿Un segundo, un minuto, un día?

25 de enero de 2014

Sobre una charla

Estar mirando a la gata jugar con una bolsa de plástico. Hablar con una amiga sobre momentos definitivos. No odiar a nadie, no sentir dolor por el pasado, o añorar ese dolor lejano solo porque ya pasó, o porque estuvo ligado a intensas emociones.

El cuaderno amarillo en el que escribo tiene una bondad de persona, la suavidad de una piel que quisiera tocar, porque en estas circunstancias los objetos rígidos lastiman. Porque el calor de otro ser humano es una hoguera que reduce las vastas dimensiones del mundo.
Ella está vulnerable y tiene miedo. La han hecho sufrir. Yo me muestro vulnerable en cambio: no soy un peligro. Nos escribimos y las palabras nos caen como un bálsamo, la tranquilidad es exquisita.
El olor de café, las baladas de Nick Cave, los libros caóticos y trágicos de Paul Auster. Las hojas son fotografías (las notas en viajes, los versos escritos detrás de los libros). Las ilusiones depositadas en el whisky o en el tinto.
La esperanza.

Interpretación de un momento cósmico

Si hubiese un instante de mi vida al que llamaría cósmico sería este. Estuviste sentada durante 20 minutos, mirando hacia tu libro. ¿Qué leías tan gracioso que reías sin que importara que otros te vieran? Después, quizá, llegabas a párrafos que te trastornaban por completo, entonces ponías semblante serio y mirabas oblicuamente hacia la nada. 

Yo te miraba a ti, a tus ojos, tus pestañas, la comisura de tus labios. Grabé tu mirada como triste, tu mano izquierda sosteniendo tu barbilla y tu mano derecha dándole vueltas a las páginas y tus piernas cambiando de posición y el ángulo de luz solar a esa hora del día hacía brillar la superficie de tu piel. Un viento ligero soplaba tu cuello descubierto. Un muchacho con bastón te pidió permiso para sentarse, encendió un cigarrillo y tú lo miraste y sonreíste. Después él se fue. Seguiste sentada, seguí observándote. Fue hermoso cuando retiraste un hilo de cabello de tu cara y lo acomodaste en tu oreja. Fue hermoso cuando humedeciste tus labios con la lengua. Fue hermoso cuando sentiste frío y te frotaste las manos en las piernas. Fue hermoso verte sola e imaginar que tenía el valor para abrazarte. 

​¿Por qué? Me sentí como restos de hierro alineándose encima de un imán. Parecías el agua que cae en una tierra seca, quería beberte ávidamente, celosamente.​ Me sentí sitiado en mi epidermis. Después te levantaste y fui detrás de ti, no siguiéndote, no acechándote. Solo caminé siguiendo el trazo de tus pasos. Te subiste a un autobús. En el último momento miraste a través de la ventana, fijamente hacia mis ojos, yo parado en una esquina solo pude sentirme abandonado. ¿Debí amarte en ese momento? ¿Cuándo es suficiente el conocimiento de otro? Tuve la sensación de estar recordándote mientras te miraba, quisiera poder explicártelo. Compartíamos un espacio vinculado por tantas cosas..., el aire que salía de tus pulmones entraba a los míos. Me sentí dos años después, recordando un instante bellamente imperfecto, imposible. Convergimos, y nos separaríamos. ¿No duele eso? Yo sabía tanto de ti, tú nada.
Mañana existiré de nuevo cuando te vea bajar del autobús y no me reconozcas. Me sentaré a mirarte. Me sentiré completo.