31 de julio de 2011

Dictadura capitalista

Y así vivimos dándole soporte a los estilos de vida de los millonarios. Ellos, modelos de vida y dechados de éxito en la vida trabajan, nadie dice que no. Solo que su esfuerzo consiste en mover, controlar, manejar, corromper, para mantener un sistema económico y un modo de producción que, a la larga, nos está perjudicando a todos; un modelo poco confiable, un modelo aplastante para las clases bajas, un modelo antiigualitario, que solo es razonable y democrático para quienes pueden vivir de él. Su esfuerzo les da ganancias por un lapso de tiempo mucho mayores que las muchos de nosotros en toda nuestra vida.
Y aspiramos, para ser felices, a ser como ellos. Ya no a tener un trabajo estable (esos ya no existen), ya no a tener un una filosofía de vida que nos ayude a lidiar y ser felices con pocas cosas, porque han ido destruyendo sistemáticamente estas filosofías para que sigamos dando soporte, para que el sistema económico no se desplome. Necesitamos el dinero, necesitamos cosas, artículos, y ellos crearon esas necesidades. Necesitamos seguridad económica, pensiones, seguros de vida. No podemos permitirnos dejar el trabajo porque debemos la casa, la hipoteca, el crédito, la educación. El seguro médico no es gratuito. La educación no es gratuita. La cultura cuesta, por eso pusieron 500 canales de tv, donde nos reeducan constantemente sobre el mismo estilo de vida, para sostener la sociedad de consumo, para retroalimentar el sistema, y tan imbéciles estamos que compramos televisores cada vez más caros para ser reeducados constantemente.
Así medimos nuestro  bienestar: comprando cosas para sentirnos felices, para sentir que alcanzamos un nivel, un estatus elevado de desarrollo, traspasando los valores de vida a objetos que podemos perder, pero este es el propósito, conseguir obsesivamente más y más dado el peligro de su inminente desaparición. Nos endeudamos para el mejor auto, para el televisor más grande, para un sinfín de artículos que, una vez los tenemos, olvidamos cómo era la vida sin ellos.
Nos atan a trabajos con sueldos miserables, siempre bajo el eslogan de que cada quién construye su suerte. No es cierto. Todo tiene candados. Si ese eslogan fuera cierto, el mercado no estaría controlado cada vez más y más en menos manos. No es cierto que podemos construir nuestra fuerte. Nos han metido a un corral donde nos dan lo necesario. No somos felices. Esto es una sociedad orwelliana. Y ahí estamos, aspiramos ser como ellos, pero jamás lo seremos, porque vivimos en una dictadura capitalista y el poder es sucesorio.


j/e

20 de julio de 2011

Tokio Blues

Kizuki se mató. El humo desplazó el aliento de vida en sus pulmones, cerró los ojos, recordó cuántas cosas había dejado y esto no importaba.
A nadie le hizo falta, su ausencia se tragó todo, nadie recordó su vida, los recuerdos evadían su presencia, su cuerpo, todos notaron la nada que dejó a su paso. Quizá fue al recordar cuántas cosas había dejado, en ese instante, todo murió en ese coche.

j/e

17 de julio de 2011

Jaime y Mercedes


Fue de casualidad que lo vi, esperando el autobús, sentado y escribiendo con la actitud fanática de quien rasca un billete de lotería. Lo vi a lo lejos y antes de pasar al siguiente semáforo bajé a saludarlo.

- ¡Ah, Mercedes, cuánto tiempo! - me dijo.
- ¡Pero cuál tiempo, sigues viéndote el mismo!
- No, no Mercedes, no soy el mismo, no soy ni siquiera lo mismo, Mercedes, estoy mutilado. 

Hablaba de una forma diferente al adolescente-adulto que recordaba, no por las palabras, quizá ni siquiera fueran esas sus palabras exactas, puede ser una interpretación que le di al conjunto unido de su rostro, su tono, su ánimo. Al verlo, al instante, tuve la sensación de estarme reintegrando con mi sombra, o quizá con mi cuerpo, depende de dónde se le mire. Después, cuando habló, me sentí más lejos de mi juventud y de él, de él: mi juventud. 
Invisible de pronto, la costumbre malsana del recuerdo nos aleja de la realidad, porque nos olvidamos de que la realidad no es estática. A veces se manifiesta en unos kilos de más, un edificio remodelado, un padre muerto, la sensación de que el mundo encoge. Pero con Jaime se manifestó de otro modo, más sutil quizá, desgarrador como solo las sutilezas pueden ser, acumulándose tal vez con el pasar del tiempo hasta traerme como traen los tsunamis, hoy, de las profundidades, a un Jaime desteñido, triste como un sabio anciano lo es.

Quedamos de vernos en un parque de eucaliptos. El verano los hace silvar a tal grado que apenas escuchaba su voz. Me estaba contando de su último trabajo, de su hija de 5 años a la que tiene tres meses sin ver. De pronto, me dijo:

- Mercedes, ¿te duele algo?
- No, ¿qué pregunta es esa?
- Quiero decir... un dolor que no cese, algo que desde que inició sabes que te duraría siempre, y pues, supongo, esos dolores comienzan cuando uno es joven.
- Pues... no, no realmente, ¿por qué lo preguntas? 
- Por que a mí sí me duele algo. Mercedes, ¿en todo el tiempo, desde que te fuiste, te acordabas de mí?
- Claro. Siempre, te recordaba mucho.
- Esa es una respuesta vaga. Estoy seguro de que me recordabas, primero mucho, quizá, después menos. Estoy seguro que en tus recuerdos siempre permanecí siendo el mismo, el que era cuando estabas aquí.
- Sí, bueno, Jaime, ¿de qué otra manera podría haberte recordad? 
- No lo sé. Cuando pensaba en ti pensaba en las infinitas posibilidades de tu vida. En algún punto restringido cobrabas forma, veía qué había cambiado, qué seguía intacto. Mercedes -continuó adquiriendo un tono espectral, sombrío -, ¿cómo me recordarías si no volvieras a verme? ¿Viviría en tu memoria?
- Jaime, te recordaría, si estuviera a punto de olvidarte vendría a ver cómo eres.
- Pero, ¿viviría en tu memoria, Mercedes? Vivir, como... como te dije, ser recordado de múltiples maneras, las más probables, que me definas en tu memoria a través del tiempo.
- ¿Como si te viera todos los días? 
- Sí, así, pero que tu punto de partida sea lo que conozcas de mí, que le des cuerpo a mi vida.
- Pues... es posible, ¿por qué me pides eso?
- No, nada más.

Sí, hablaba de una forma extraña. Yo creí que solo estaba, como siempre, pensando distraídamente sobre algo que le parecía interesante. No era así. 
A los dos meses llegó un paquete por correo a mi casa. En este tiempo es inusual el uso del correo, el el paquete había un libro, que supongo adjuntó solo para enviarme lo segundo, una carta breve, más bien una nota. Hacía referencia a nuestra última plática. Decía: 
"Si te enteras, no vengas. No quiero que me recuerdes como un muerto. Recuerda, debo vivir, esta es la única manera"

No entendí por qué era la única manera. ¿Su dolor insuperable, crónico? Quizá no aprendió a vivir con dolor. Pero... ¿quién sí?

j/e

10 de julio de 2011

Día 57

La tarde me está penetrando la piel.
El temporal, quizá, las gotas. Se condensa el vapor
a mi alrededor. Me siento nube,
nube, nada.

Estás lejos o demasiado lejos.
Estoy árbol esperándote,
tieso en la soledad. Esperando
desnudo de ti, despojado de ti.

Fugaz, persistente, enamorado.
Solo, loco, extrañándote.

j/e