17 de julio de 2011

Jaime y Mercedes


Fue de casualidad que lo vi, esperando el autobús, sentado y escribiendo con la actitud fanática de quien rasca un billete de lotería. Lo vi a lo lejos y antes de pasar al siguiente semáforo bajé a saludarlo.

- ¡Ah, Mercedes, cuánto tiempo! - me dijo.
- ¡Pero cuál tiempo, sigues viéndote el mismo!
- No, no Mercedes, no soy el mismo, no soy ni siquiera lo mismo, Mercedes, estoy mutilado. 

Hablaba de una forma diferente al adolescente-adulto que recordaba, no por las palabras, quizá ni siquiera fueran esas sus palabras exactas, puede ser una interpretación que le di al conjunto unido de su rostro, su tono, su ánimo. Al verlo, al instante, tuve la sensación de estarme reintegrando con mi sombra, o quizá con mi cuerpo, depende de dónde se le mire. Después, cuando habló, me sentí más lejos de mi juventud y de él, de él: mi juventud. 
Invisible de pronto, la costumbre malsana del recuerdo nos aleja de la realidad, porque nos olvidamos de que la realidad no es estática. A veces se manifiesta en unos kilos de más, un edificio remodelado, un padre muerto, la sensación de que el mundo encoge. Pero con Jaime se manifestó de otro modo, más sutil quizá, desgarrador como solo las sutilezas pueden ser, acumulándose tal vez con el pasar del tiempo hasta traerme como traen los tsunamis, hoy, de las profundidades, a un Jaime desteñido, triste como un sabio anciano lo es.

Quedamos de vernos en un parque de eucaliptos. El verano los hace silvar a tal grado que apenas escuchaba su voz. Me estaba contando de su último trabajo, de su hija de 5 años a la que tiene tres meses sin ver. De pronto, me dijo:

- Mercedes, ¿te duele algo?
- No, ¿qué pregunta es esa?
- Quiero decir... un dolor que no cese, algo que desde que inició sabes que te duraría siempre, y pues, supongo, esos dolores comienzan cuando uno es joven.
- Pues... no, no realmente, ¿por qué lo preguntas? 
- Por que a mí sí me duele algo. Mercedes, ¿en todo el tiempo, desde que te fuiste, te acordabas de mí?
- Claro. Siempre, te recordaba mucho.
- Esa es una respuesta vaga. Estoy seguro de que me recordabas, primero mucho, quizá, después menos. Estoy seguro que en tus recuerdos siempre permanecí siendo el mismo, el que era cuando estabas aquí.
- Sí, bueno, Jaime, ¿de qué otra manera podría haberte recordad? 
- No lo sé. Cuando pensaba en ti pensaba en las infinitas posibilidades de tu vida. En algún punto restringido cobrabas forma, veía qué había cambiado, qué seguía intacto. Mercedes -continuó adquiriendo un tono espectral, sombrío -, ¿cómo me recordarías si no volvieras a verme? ¿Viviría en tu memoria?
- Jaime, te recordaría, si estuviera a punto de olvidarte vendría a ver cómo eres.
- Pero, ¿viviría en tu memoria, Mercedes? Vivir, como... como te dije, ser recordado de múltiples maneras, las más probables, que me definas en tu memoria a través del tiempo.
- ¿Como si te viera todos los días? 
- Sí, así, pero que tu punto de partida sea lo que conozcas de mí, que le des cuerpo a mi vida.
- Pues... es posible, ¿por qué me pides eso?
- No, nada más.

Sí, hablaba de una forma extraña. Yo creí que solo estaba, como siempre, pensando distraídamente sobre algo que le parecía interesante. No era así. 
A los dos meses llegó un paquete por correo a mi casa. En este tiempo es inusual el uso del correo, el el paquete había un libro, que supongo adjuntó solo para enviarme lo segundo, una carta breve, más bien una nota. Hacía referencia a nuestra última plática. Decía: 
"Si te enteras, no vengas. No quiero que me recuerdes como un muerto. Recuerda, debo vivir, esta es la única manera"

No entendí por qué era la única manera. ¿Su dolor insuperable, crónico? Quizá no aprendió a vivir con dolor. Pero... ¿quién sí?

j/e

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