28 de diciembre de 2009

2010



En la FIL, un loco tomó la palabra en el stand de la U de G, y habló de revolución. Dijo, entre otras cosas, que se sentía la inconformidad social navegar en el aire. No sé qué entienda él por inconformidad social y no estoy muy seguro de que lo entendiara la mitad de los que lo escuchamos. Por lo que sé, la inconformidad solo puede ser un acto individual, si acaso se unen inconformes y se hace una sociedad de inconformes, pero tampoco creo que despidan olor alguno. Lo que sí noté es que logró encenderlos, todos apludieron el discurso (si puede llamársele así, porque el tipo en realidad estaba vertiendo miasma sobre recipientes), usó verborrea que también he oído en manipuladores.

Hay muchas personas que aman los mitos. En el mes que se suspendieron las clases debido a la Influenza H1N1, circularon las teorías paranoicas acerca de un gobierno que conspiraba contra el ciudadano mexicano. Y como siempre, México es un país invulnerable. Los desastres ocurren en las demás partes del mundo, la tragedia es del Otro. Se habló de terrorismo de Estado, de encubrimiento de delitos, de distracción, de contratos pactados con trasnacionales farmacéuticas, etc. Para quien tiene el hotmail como única fuente de información, las teorías eran perfectamente factibles. Así que pese a las advertencias, se abrieron bares de forma clandestina, se aglutinaron en las playas, y el período de contingencia solo fue de vacaciones.

Lo digo porque vivo en México y no conozco a otra clase de personas, pero el mexicano es un ser fantasioso. La evasión es su mejor estrategia para que el hastío, la miseria, no llegue al nivel de la conciencia. No quiere preocuparse y por eso la influenza no fue real. El pinche gobierno siempre tiene la culpa de todo, y a veces olvida que son 100 millones de personas contra miles; que vota, que elige. Que el pinche gobierno es corrupto y aunque uno se manche el pulgar en una papeleta, va a dirigir al país quien se le dé la gana. Sin embargo, es un indolente, y un crítico indolente no es más que un hipócrita. De los países latinoamericanos, es uno de los que tiene menos asociaciones civiles, y por lo tanto, el pueblo no es una amenaza, no ejerce control sobre la clase gobernante. Esa situación es algo que sí se podría usar para manipular. Pero ya divagué mucho. El hecho es que hay un mito, y uno de los más fantasiosos que he oído.

La Independencia comenzó en 1810. Los criollos españoles estaban inconformes con que fueran los españoles peninsulares quienes controlaran las cosas de la Nueva España, inconformes porque no gozaban de los mismos derechos que aquellos. Conspiraron, usaron al indio, guerrearon.
La "revolución" ocurrió en 1910. El héroe de guerra, de México, Porfirio Díaz, se convirtió en su tirano (como todos los héroes), coqueteando con Europa se granjeó la sospecha y la animadversión de E.U., así que estos movieron a un puñado de intelectuales liberales políticos y se hizo la guerra. Otra vez se usó al campesino, al obrero, al indio. Todo ocurrió como un desastre natural para los que recibían las balas. Las luchas armadas para el mexicano siempre han sido luchas de los poderosos, él apenas sabe por qué está luchando, matando a otros como él, que tampoco saben. Se ven orillados por el furor de sus líderes, de sus discursos, de su uso de símbolos religiosos, a tomar las armas.
Se rumorea que la maldición del -10 se reperirá este 2010. Es obvio que, de ocurrir, volverá la misma situación. Nunca ha sido México tanto un país de ignorantes que sí saben leer. Son los mismos indolentes pero ascendieron a clase media y pueden pagar tecnología y estuvieron en la preparatoria, pero acustumbran los antros y consiguen drogas adulteradas. Su cerebro nunca fue tanto un recipiente para que llegue quien sea a llenardo de idioteces y embructecerlos. Pero dudo que ocurra algo. La clase de pensadores jóvenes la mataron en el octubre del 68. No podría suceder nada porque el mexicano joven es más inmóvil y hedonista que nunca.

5 de agosto de 2009

El Pynchon que comparto

El caos. Atendamos al desarrollo del acto narrativo: inicio, desarrollo, conclusión. De pi a pa hay ilación, el discuro es consecuente, tanto en su tema como en el sentido durativo (el tiempo del discurso comparado al tiempo de la historia). A pesar de que pueda haber malabarismos estructurales (como puesta en abismo, anacronías...), se puede relacionar directamente unos eventos con otros, atendiendo al tiempo de la historia más que al discursivo, y al tema. (No me meto con las novelas atemporales, como Ulises o La señora Dalloway, que suspenden el sentido durativo del discurso).

¿Por qué comienzo con la palabra caos? En termodinámica, la entropía es una función de estado cuyas propiedades no radican en la trayectoria de un proceso, sino en sus estados inicial y final. La entropía mide la espontaniedad de un proceso, esto es, si es posible que ocurra de forma espontánea. Para que un proceso sea espontáneo, la entropía final debe ser mayor que la inicial, porque el universo tiende a maximizar la entropía, es decir, a distribuir de la forma más aleatoria posible un sistema. Cuando un proceso no es posible de forma natural necesita una energía de activación (p.ej., cuando un sistema está en equilibrio necesitamos modificar alguna de sus variables para que ocurra un cambio) para hacerlo posible.

Regresemos al acto narrativo. Comenzamos esbozando una historia mediante nuestro discurso. La línea general que seguimos al narrar, el argumento, deviene una concatenación de sucesos que desembocan en la conclusión del discurso: del tiempo y del tema. Es decir, fue un proceso espontáneo, natural, si hacemos uso del concepto entropía. Pero, ¿qué tal si en vez de concatenar en base a una línea argumental anudamos los hechos, las palabras y el tiempo de manera que nada sea coherente? ¿Estaremos haciendo literatura? El problema no es hablar de barbaridades extratemporales, sino en cómo desarrollarlas y anudarlas: darles "su energía de activación".

Sería una terea interesante, que Thomas Pynchon ha sustentado en distintos libros, especialmente Arco Iris de gravedad.


j/e alcalá