Estar mirando a la gata jugar con una bolsa de plástico. Hablar con una amiga sobre momentos definitivos. No odiar a nadie, no sentir dolor por el pasado, o añorar ese dolor lejano solo porque ya pasó, o porque estuvo ligado a intensas emociones.
El cuaderno amarillo en el que escribo tiene una bondad de persona, la suavidad de una piel que quisiera tocar, porque en estas circunstancias los objetos rígidos lastiman. Porque el calor de otro ser humano es una hoguera que reduce las vastas dimensiones del mundo.
Ella está vulnerable y tiene miedo. La han hecho sufrir. Yo me muestro vulnerable en cambio: no soy un peligro. Nos escribimos y las palabras nos caen como un bálsamo, la tranquilidad es exquisita.
El
olor de café, las baladas de Nick Cave, los libros caóticos y trágicos
de Paul Auster. Las hojas son fotografías (las notas en viajes, los
versos escritos detrás de los libros). Las ilusiones depositadas en el
whisky o en el tinto.
La esperanza.
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