Sonrió, incluso después de pensar en el puntilleo culpable de sus zapatos, su caminar vergonzoso atravesando la puerta, cerrarla tímidamente. Sonrió, incluso después de oír cómo caía su saco de señor nocturno, su saco con olor que no era el de ella, su pantalón tocado por otras manos, su camisa de huellas labiales y torrentes de caricias.
Sonrió, incluso después de pensar en su pene enrojecido de uso, de las manchas vaginales de su pene, del moco cervical en sus testículos y sus calzones. Sonrió, después de oírlo bañarse, lavarse la piel adherida de otras pieles, quitarse la de la superficie de su cuerpo el pecado.
Sonrió, después de haberse desnudado a punto de las 9 pm, después de haberse lavado con aceites perfumados, después de haberse vestido para la ocasión: la larga prórroga del deseo, la expectación de las caricias; y haber esperado, con los labios pintados, con las copas de tinto evaporándose, con la luz de las velas en su último desliz sobre los muebles...
Sonrió, después de todo, cuando él la abrazó, le besó dulcemente la frente, y ella supo, a ciencia cierta, que era la única, que era cierto que había demorado en la oficina, que lloraba amargamente por no haber atendido a su sorpresa, después de ver las velas, después de ver el tinto. Y la envolvió en la magia del amor cómplice, del amante que es esposo, y fue mejor que un multiorgasmo, fue más amoroso que hacer el amor. Y sonrió, y durmió hasta el día siguiente.
j/e
13 de agosto de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario