6 de enero de 2012

Discurso de las armas y las letras

Bienvenidos sean a esta importante ceremonia de uno de los premios más importantes de las letras a nivel mundial... Invitamos a nuestro laureado poeta y narrador a ocupar este su lugar, como es costumbre, a decirnos unas palabras. Por favor, Jaime Alcalá.

Gracias, gracias. No tengo mucho qué decir que no digan mis escritos, es verdad que la comunión que existe entre mis manos y el papel en cambio es una carencia entre mi boca y los auditorios, quizá la vastedad del volumen inmovilice mis cuerdas bucales. Pero estoy acostumbrado, comencé a escribir porque es corriente en mi país que la palabra hablada se ahogue en el vacío, si no es el puño o la bala la que nos callen. En cambio uno puede escribir y esconder la mano, incluso desde otro país, aunque para hablar de la realidad hay qué estar cerca de ella. Y hablando de esto, quisiera hacer una importante aclaración. Se acusa aquí en este auditorio que Jaime Alcalá es un escritor surrealista, de ficción, de terror. No soy surrealista señores y señoras, soy mexicano. Lo mismo aplica para las etiquetas de ficción y terror. Soy mexicano, repito, y cronista. Sucede que ustedes no creen la verdad. No nos alarmamos. Afirmo que podríamos escribir 1984 transcribiendo titulares de los principales periódicos desde hace 3 años. México es la suma de todas las miserias individuales de cien millones de personas que no tienen voz y su opinión debe ser asumida por otros. Esos otros se dividen en dos bandos: aquellos que pregonan su fortuna de haber nacido en las coordenadas que los sitúan en su nación y llenos de oronda satisfacción cantan escriben se tatúan su falso y oficial orgullo patriótico y dicen que como México no hay dos y todos sabemos que como ningún puto país hay dos, pobres imbéciles; por otro lado estamos una bandada de muertos de hambre que, por decir lo menos, llenamos de mierda los símbolos patrios. Quiero hacer un paréntesis aquí: recibo este premio con vergüenza, me viene valiendo madres su oficial reconocimiento, pero tengo hambre y familia y, parafraseando a Gabriel García Márquez, no quiero hacer fila en las tortillas. Punto.
No es el típico "estamos hasta la madre". No, ya no luchamos solo por odio, luchamos por inercia, lloramos, gemimos. Representamos los modernos Jeremías, nos preguntamos qué dios, qué desastre natural incontenible pasó por aquí, por qué, para qué, qué hicimos sino más que quedarnos pasmados ante el abuso sin poder articular una queja, quizá por confort algunos, otros por falta de aliento. Confiamos estúpidamente en que teníamos representantes entre nosotros mismos. Les dimos poder y se nos olvidó que se los dimos. Izaron la bandera de la riqueza personal, del interés propio, de los conglomerados políticos, de la oligarquía y las corporaciones. Fuimos testigos de cómo despegaron de la tierra y se volvieron inalcanzables. Yo les grito desde aquí y hago de mis libros avioncitos (a ver si así leen), pero mi discurso sumamente racionalizado solo significa una cosa, y con estas palabras me despido (incluyendo del señor presidente que hizo el favor de traer su fina persona para engalanarse con mi logro), repito, solo significa una cosa: chinguen a toda su madre.

Gracias.

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